Viviendo el Paraiso

martes, 19 de octubre de 2010

YO TAMBIÉN SUBO AL TREN

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Yo me imagino a Jesús en el mismo tren de los mortales, del tren de los pecadores que se dirige a una muerte eterna. Imagino a Jesús sumergido en el bautismo de los pecadores y diciendo a su Padre.  Prométeme que aunque ahora subamos “al tren de la muerte”, luego volveremos juntos a casa, TODOS.


Se llamaba Juan. Su ropa estaba hecha de pelo de camello sujetada con un cinturón de cuero y su comida era langostas y miel del monte. Era llamado “la vos del desierto” y día a día pregonaba su mensaje:

Mateo 3:2  "¡Vuélvanse a Dios, porque el reino de los cielos está cerca!"

A su llamado acudían pecadores de Jerusalén, pecadores de la región de Judea y de la región cercana al Jordán. Y también lo visitaban algunos fariseos y saduceos a los cuales Juan les decía:

Mateo 3:7  "¡Raza de víboras! ¿Quién les ha dicho a ustedes que van a librarse del terrible castigo que se acerca?

Todos ellos acudían a Juan para que los bautizara en el río Jordán. Pero analicemos un poco lo que significaba el bautismo para  esta gente.

El judaísmo de aquellos tiempos conocía confesiones genéricas y formales, pero también el reconocimiento personal de los pecados, en el que se debían enumerar las diversas acciones pecaminosas. Se trata realmente de superar la existencia pecaminosa llevada hasta entonces, de empezar una vida nueva, diferente. Esto se simboliza en las diversas fases del bautismo. Por un lado, en la inmersión se simboliza la muerte y hace pensar en el diluvio que destruye y aniquila. Quien acepta bautizarse acepta que es un pecador, que tiene una mala vida y que quiere cambiar y volverse a Dios.

Es una gran noticia que personas pecadoras decidan bautizarse con un profeta de Dios como Juan el Bautista, si hubiera estado allí, seria el primero en la fila para bautizarme porque de verdad quisiera cambiar mi vida y entregarme a Dios…DEJAR MI PECADO!

Pero entre la multitud aparece un personaje muy conocido por todos nosotros, aparece el autor de los cielos, el hijo de Dios, el Dios mismo hecho hombre. Saluda a Juan con un abrazo y le pide que también sea bautizado.

¿QUÉ?!, Jesús pide bautizarse?!. Juan también se sobresalta y dice: No Jesús, aquí hay una equivocación, tu me tienes que bautizar a mi, yo no a ti, tu eres todo santidad, no hay ninguna gota de pecado en ti, tu eres la luz que refleja al Padre, tu eres 3 veces santo. Tu no puedes bautizarte. Pero Jesús le contesto

Mat 3:15  –Déjalo así por ahora, pues es conveniente que cumplamos todo lo que es justo ante Dios.

El bautismo incluía la confesión de las culpas. Era realmente un reconocimiento de los pecados y el propósito de poner fin a una vida anterior malgastada para recibir una nueva. ¿Podía hacerlo Jesús? ¿Cómo podía reconocer sus pecados, aquel que no tuvo ningún pecado? ¿Cómo podía desprenderse de su vida anterior para entrar en otra vida nueva?

Pero Jesús insistió y se bautizo. Se sumergió en el agua del Río Jordán y se MEZCLO CON LOS PECADORES, en el agua estaba aquel cobrador de impuestos que todos los días estafaba, estaba aquella mujer que en secreto era adultera, entre otros muchos pecadores, Jesús y mezclo con ellos. Y porque no decirlo, también se mezclo con los fariseos y saduceos que guardaban sus pecados en secreto en lo mas profundo de su corazón. Jesús se mezclo con ellos y desde ese lugar se identifico con todos nosotros los pecadores.

Jesús no necesitaba bautizarse, confesar sus pecados o cambiar su vida, pero se puso en la piel de todos nosotros que necesitamos cambiar de vida, se identifico con nuestros miedos de ser rechazados por Dios, de no poder dejar nuestros pecados. Se identifico con nuestra debilidad y con nuestra desesperanza al futuro. Y se bautizo.

Esta escena me recuerda a la película “La Vida es Bella”, la historia de esa familia judía en la segunda guerra mundial. El papa y el hijo eran judíos y los raptan para llevarlos en un tren a los campos de concentración. Cuando la mama llega a su casa encuentra su casa destrozada y va inmediatamente a la estación del tren donde viajaran todos los judíos. Al ver que su esposo y su hijo suben al tren ella le exige al guardia subir también, el guardia le dice que no puede subir ya que no esta en la lista (pues no es judía) y que le conviene irse a casa, pero ella no perdería a su esposo y a su hijo, los amaba mas que a nada en el mundo, y si era necesario sufriría con ellos, así que insiste con vehemencia y aborda el “tren que lleva a la muerte”.

Yo me imagino a Jesús en el mismo tren de los mortales, del tren de los pecadores que se dirige a una muerte eterna. Imagino a Jesús sumergido en el bautismo de los pecadores y diciendo a su Padre. Papá escúchame con atención, yo los escogí a ellos, y no me importa tener que morir con ellos si es necesario, no me importa sufrir como ellos, pero prométeme una cosa. Prométeme que aunque ahora subamos “al tren de la muerte”, luego volveremos juntos a casa, TODOS. Que me acompañen  todos los pecadores que se sumergen conmigo, no me importa morir por ellos. PERO PROMÉTEME QUE LES DARÁS VIDA. VAYA ESO ES AMOR

En ese momento los cielos se abrieron, el Espíritu Santo descendió sobre Jesús, y Dios dijo delante de todos: “Este es mi hijo amado, estoy orgulloso de El, ha cautivado mi corazón y en El tengo mis complacencias”.

¿Vieron como Jesús se unió a nuestros pecados? El no merecía morir luego en la cruz, pero luego lo hizo para estar darnos esa nueva vida que buscábamos.

Hay una verdad profunda en este pasaje, y que se describe en la carta a los romanos capitulo 5.

“Nos unimos a Jesús en el bautismo”. Así como el se unió a nosotros cuando el se bautizo, nosotros también nos unimos a el cuando nos bautizamos. Cuando nos bautizamos dejamos nuestra antigua vida, y nos sucede lo mismo que le paso a Jesús: Baja el Espíritu Santo sobre nosotros y se abren los cielos, y Dios dice delante de todos, AQUÍ ESTA MI HIJO Y MI HIJA AMADOS, EN ELLOS TENGO MIS COMPLACENCIAS.

Se cumplió la promesa que le pidió Jesús a Dios cuando se bautizaba:

(Prométeme que aunque ahora subamos “al tren de la muerte”, luego volveremos juntos a casa, TODOS. Que me acompañen  todos los pecadores que se sumergen conmigo, no me importa morir por ellos. PERO PROMETEME QUE LES DARAS VIDA)

… Y Dios nos dio VIDA.

Si tu leíste todo esto, y aun no te sientes amado por Dios, te animo a que te sumerjas en la sangre de Jesús que el derramo en la cruz, que recibas el perdón que el te da y que te sumerjas con Jesús en un bautizo de amor. Te lo aseguro: Saldrás de ahí HECHO NUEVO.

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